En la naturaleza existen dos tipos de radiación: la ionizante y la no ionizante. La segunda no tiene energía suficiente como para provocar un cambio a nivel molecular (como podría ocurrir en nuestro ADN, donde provocaría una mutación). La primera, sin embargo, sí. ¿Pero cuán peligrosa es? ¿Y dónde la encontramos? Una de las fuentes más importantes de radiación ionizante es el sol.
El sol, esa fuente de radiación
Todo lo que existe este, nuestro pequeño planeta, está condicionado por la luz solar. La vida, especialmente, se nutre de la energía que transmite. Esta energía llega en forma de radiación. Pero la radiación puede ser de muchos tipos. Existe, como decíamos, una clasificación general para identificarla: ionizante, con mucha energía, o no ionizante, con poca.
La radiación ionizante procedente del sol se divide a su vez en distintos tipos de radiación. La radiación ultravioleta, de la que todo el mundo ha oído hablar, es la más conocida e importante. La Tierra tiene varias capas atmosféricas de protección contra este tipo de radiación. Si no existieran, la vida moriría. Pero no es la única. L
Pero eso no evita que la radiación ultravioleta siga siendo perniciosa. Por esta razón es conveniente, especialmente en verano cuando los rayos solares llegan perpendiculares y tienen más energía, que nos protejamos adecuadamente contra esta. Una exposición prolongada pone en peligro nuestra salud ya que provoca mutaciones en las células de nuestra piel, lo que podría desembocar en un carcinoma o, incluso, un cáncer.
¿Qué tipo de radiación solar existe?
Un factor importante para determinar el tipo de radiación es la longitud de onda, que es, grosso modo, el tamaño que tienen las ondas de esta radiación. Según esta característica podemos identificar varios tipos de radiación ultravioleta.
Los rayos ultravioleta tipo c, o UVC, son los que más energía tienen. El oxígeno y el ozono de la estratosfera absorben prácticamente todos los rayos UVC, por lo cual nunca llegan a la superficie de la Tierra.
Los UVB son los más peligrosos, porque, aunque menos energéticos, son los que llegan a la superficie con más energía. Aunque la capa de ozono absorbe la mayor parte de estos rayos UVB, los que llegan son suficientes para provocar quemaduras. A largo plazo favorece el envejecimiento cutáneo y desarrollo de cáncer de piel.
Los UVA son los menos nocivos, pero también son los que llegan en mayor cantidad a la Tierra y una sobreexposición también resulta peligrosa. Casi todos los rayos UVA pasan a través de la capa de ozono. Este tipo de radiación es la responsable del bronceado inmediato de la piel. A largo plazo también favorece el envejecimiento cutáneo y desarrollo de cáncer de piel.
Además de los rayos ultravioleta, también existe otra radiación peligrosa: los infrarrojos A, o IR-A. Esta radiación, menos conocida, actúa a largo plazo y también tiene un efecto promotor del cáncer. El 45% de la radiación solar es infrarroja y es capaz de penetrar hasta 10 milímetros en la piel.
En definitiva, toda la radiación que nos llega desde el sol tiene un potencial cancerígeno y es peligrosa. No de una forma alarmante y directa, por suerte. Si fuera así, no existirían seres vivos sobre la faz de la Tierra. Pero sí que de una forma inmediata, aunque no directa. Es importante guardarse bien de los rayos del sol y cualquier radiación ionizante similar con una protección adecuada.
Bibliografía
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