
Uno de los mayores retos que conlleva la lucha contra el cáncer, que trae de cabeza a los científicos que investigan terapias contra este conjunto de enfermedades, es, precisamente, que estamos combatiendo contra nuestro propio cuerpo.
El cáncer se produce debido a la aparición, de forma natural o artificial, de una o varias mutaciones en partes muy concretas del código genético de nuestras células. Como resultado, la capacidad de las mismas para regular su división y funcionamiento normal se ven mermadas, dando lugar a un tumor que, si no se trata a tiempo, podría conllevar un riesgo muy grave para la salud del afectado. A pesar de estos cambios en el ADN, las células cancerosas no dejan de ser casi indistinguibles de las sanas de cara al exterior, por lo que nuestro sistema inmune no es capaz de identificarlas como un problema y las ignora con frecuencia.
Aquí es donde entra en juego la terapia CAR-T, un procedimiento de modificación inventado en los años 80 cuyas siglas significan “Receptor de Antígeno Quimérico – T”. La técnica en cuestión está cobrando bastante popularidad en los últimos años a la hora de tratar algunos tipos de cáncer, como por ejemplo los linfomas foliculares y las leucemias crónicas linfocíticas, y consiste básicamente en cambiar una proteína superficial que los linfocitos T usan para detectar cuerpos extraños mediante ingeniería genética, de manera que estas células del sistema inmune sean capaces de identificar las células tumorales como “non gratas”.
CXCR5, objetivo fijado
Lo verdaderamente maravilloso de esto es que las células modificadas proceden del propio paciente, siendo extraídas previamente del mismo, modificadas en el laboratorio, cultivadas en una placa petri, comprobado que sus nuevos receptores funcionan correctamente y vueltas a inyectar de nuevo. Con esto se consigue evitar que el enfermo rechace el tratamiento aumentando notablemente su efectividad.

El nuevo enfoque de la técnica CAR-T que los investigadores del MDC de Berlín han ideado consiste en cambiar el receptor de las células T para que identifiquen la proteína superficial CXCR5 en vez de la que comúnmente se utilizaba como blanco (la CD19). Esto supone un avance ya que el CXCR5 se encuentra tanto en las células B (igual que el CD19) como en los linfocitos foliculares T colaboradores, y parece ser que estos nuevos CAR-T tienen mayor porcentaje de éxito que los antiguos a la hora de tratar algunos linfomas como los no-Hodgkin.
Esto abre un amplio horizonte a los investigadores para que en el futuro puedan seguir probando combinaciones nuevas, quizás más efectivas que las actuales, favoreciendo la aparición de nuevas terapias genéticas del estilo que puedan ayudar a miles de personas por todo el mundo.
Bibliografía
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