Los futuros fármacos contra el cáncer podrían salir de las patatas y los tomates

Una revisión de literatura científica llevada a cabo por un pequeño equipo de la Universidad Adam Mickiewicz, en la ciudad polaca de Poznan, apunta a que los glicoalcaloides, compuestos bioactivos que pueden hallarse en muchas verduras que solemos consumir, lucen un nada desdeñable potencial para ser muy útiles en los futuros tratamientos contra el cáncer. Sus conclusiones han sido publicadas en la revista Frontiers in Pharmacology.

Plantas tóxicas para los medicamentos

glicoalcaloides

“Los científicos de todo el mundo todavía están buscando medicamentos que sean letales para las células cancerosas pero que al mismo tiempo sean seguros para las células sanas”, explica Magdalena Winkiel, al frente del equipo polaco. “No es fácil a pesar de los avances en medicina y el poderoso desarrollo de las modernas técnicas de tratamiento. Por eso, quizás valga la pena volver a las plantas medicinales que se utilizaron hace años (…) volver a examinar sus propiedades y, tal vez, redescubrir su potencial”.

Pero siempre con rigor metodológico y el criterio de que no existe la llamada “medicina tradicional”, y mucho menos aquellas a las que se les colocan términos regionales. Solamente se debe hablar de la medicina científica, cuyos conocimientos y terapias se han obtenido con el trabajo concienzudo de su comunidad, que analiza las investigaciones realizadas para impedir que se cuelen errores. Y así, no con simple ojo clínico, se propone separar el grano de la paja en lo que a las plantas medicinales se refiere.

Magdalena Winkiel y sus compañeros han puesto su interés en cinco glicoalcaloides específicos que se encuentran en extractos crudos de las plantas solanáceas: la solanina, la chaconina, la solasonina, la solamargina y la tomatina. De esta familia concreta forman parte no pocos de nuestros alimentos verdes más conocidos y, sin embargo, mucha de su parentela es tóxica por culpa de los alcaloides precisamente, unas sustancias que producen como defensa contra los animales que se las quieren comer.

Pero, con la dosis adecuada, pueden resultar oportunos contra los tumores. Los glicoalcaloides inhiben el progreso de las células cancerosas, son capaces de ocasionar su desaparición y las simulaciones computacionales sugieren que no dañan el ADN, aunque pueden sufrirse algunos efectos indeseados en el sistema reproductivo. E “incluso si no podemos reemplazar los medicamentos contra el cáncer que se usan hoy en día, quizá la terapia combinada aumente la eficacia de este tratamiento”, asegura Magdalena Winkiel.

Los glioalcaloides del huerto y el cáncer

El objetivo es saber cuáles glicoalcaloides podemos considerar seguros y promisorios para los ensayos clínicos en personas. Desde la Universidad Adam Mickiewicz, mencionan varias propiedades de la solanina y la chaconina, derivados de las patatas: la una impide que ciertos químicos devengan en carcinógenos y la metástasis y destroza una clase de células leucémicas, y la otra tiene efectos antiinflamatorios y puede tratar la sepsis. No obstante, sus niveles en los tubérculos dependen de las condiciones de cultivo.

Por otro lado, la solamargina, propia de las berenjenas, frustra el crecimiento las células tumorales en el hígado y puede ayudar a prevenir la resistencia enojosa a los medicamentos contra ellas. La solasonina ataca las células madre de la enfermedad, y la tomatina sirve de soporte a la regulación del ciclo celular del cuerpo para destruirlas. Pero es preciso entender más el funcionamiento de los glioalcaloides, transmitidos mejor con nanopartículas a tales células, para aprovechar bien sus posibilidades farmacológicas.

Bibliografía

  • EurekAlert! «Could new cancer drugs come from potatoes and tomatoes?». Accedido, el 7 de diciembre de 2022. https://www.eurekalert.org/news-releases/973032.
  • Winkiel, Magdalena Joanna; Szymon Chowańsk y Małgorzata Słocińska. «Anticancer activity of glycoalkaloids from Solanum plants: A review». Frontiers in Pharmacology, 7 de diciembre de 2022. http://dx.doi.org/10.3389/fphar.2022.979451.

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